“¿Crees que no me importa que salgas todas las noches, que te vea por la calle y te vea con ella y muchas otras? ¿Que no me dirijas la palabra más que cuando a ti te venga en gana? ¿Qué pretendas tenerme cuando a ti te interese? Esas y muchas otras cosas...
Pero qué más da si vas y vienes cuando y como quieres, si te da igual hacerme daño, si ya no te importo. Yo quiero que seas solo mío cariño, que solo yo pueda hacerte sentir bien, pueda convertir la habitación en el paraíso que ambos queremos, porque juntos somos mejores; te niegas a aceptar que yo soy la mejor, que solo yo puedo hacerte reír y llorar a mi antojo, que solo yo te amo como nadie, porque puedo darte todo y nada, cuando y como yo quiera, porque me necesitas, reconócelo, te hago falta.”
Y por más vueltas que le dio, por más que pensó en lo que sus colegas le decían, en aquella frase de “no puedes seguir así, tienes que dejarlo” que tantas veces le había repetido Carla, sabía que no podría dejarla, que era algo más fuerte que él, que dependía de ella, y volvería a verla, a estar con ella. Volvería a caer. Porque simplemente nombre le hacía sentirse mejor, pensar en tenerla una vez más era lo que deseaba.
En sus momentos de lucidez veía la cara de sus padres, veía como su actitud les estaba destrozando. Él acababa con su vida, pero también con la de ellos.
Les quería, pero ella era más fuerte que todos ellos.
En sus momentos de lucidez veía la cara de sus padres, veía como su actitud les estaba destrozando. Él acababa con su vida, pero también con la de ellos.
Les quería, pero ella era más fuerte que todos ellos.
Y no supo cómo reaccionar, porque en ese momento se dio cuenta de que ahora y por mucho tiempo, dependería de ella. Pensó en lo más fácil, en lo más superficial, en que pasaban buenos ratos, (pero solo eran eso, RATOS) y volvió a caer una vez más, tal vez la última…
Merche.